Matadero y la novela neocriminal cubana
Reseña de la novela neocriminal cubana Matadero, por el crítico Jack Brown.
Una pila de ñangas que te van a hacer bajanda. Así reza la letra de una canción muy popular que expresa una filosofía telúrica desde el alma de la música urbana más actual en Cuba.
Ese mismo mensaje, directo y contundente, sin floritura ideológica ni cuentos de camino, lo traslada desde un contexto narrativo la novela Matadero. Su autor es Álex Padrón, y fue publicada en 2018 por la editorial Atmósfera Literaria en su catálogo de literatura criminal.
Tanto a favor de la novela neocriminal cubana
Llevaba algún tiempo deseando leer esta novela de Padrón, autor cubano que ha transitado géneros literarios como la fantasía, el terror, el cyberpunk y la ciencia ficción desde mediados de los años noventa.
Ahora incursiona, con afán y renovada filiación genérica, en una de las gamas del amplio espectro de la novela neocriminal cubana más actual. Insisto en lo de “criminal”, porque la historia irrumpe en el lector con fuerza, sangre y mucha furia codificada en símbolos y actos. Álex Padrón se aparta de los esquemas más comunes de la narrativa policial insular, lejos de fórmulas manidas de policía, ayudantes que operan en modo idiot savant, complicidad popular y soluciones simples.
Matadero posee algunas características de la canónica novela-problema y del realismo sucio. Y quizás haya un zumbido subliminal, que indique que el Gran Hermano Estado acecha detrás de la bambalina que se expone en la historia. Pero su gran tragedia argumental elude los lugares comunes, se escapa completamente de las fórmulas grises del género policial y se lanza a una narración que tiene mucho de crítica y exposición social entre su vericuetos de muertos montados, loas agoreros, sangre vertida, amenazas mortales, vidas segadas y huesos rotos.
Un resumen sin spoilers
La novela cuenta con dos personajes centrales. Primero, el espabilado Carlos Lenin —un tío cuarentón, de pelo largo y grisáceo, con pintas de rockero y muchas luces, al que todos llaman Carlen el Científico. Luego, Apolonia: una jovencita oriunda de Guantánamo, en el extremo más oriental de la isla de Cuba, a la que todos llaman Poly.
Ella ejerce la prostitución de manera ocasional en el llamado “matadero” de Centro Habana. Pero ayudada por sus conocimientos religiosos de Palo Monte y la invasión recurrente del espíritu de un negro cimarrón muerto un siglo atrás, realiza funciones de bruja y adivinadora. El troyano semiótico, su carta de presentación ante la gente, reside en su ojo izquierdo, donde producto de un accidente de la infancia su pupila se muestra felinamente vertical.
El argumento, feroz y veloz, sin concesiones a los lectores de estómago sensible, se centra en la aparición del cadáver de una joven prostituta dentro de una habitación del matadero. También en los conflictos —sociales, sentimentales, estrategia de supervivencia y actitud doblemoral— subyacentes a su asesinato.
Todo el despliegue argumental en torno al crimen tiene un cierto componente (en clave mestiza, de genes narrativos cruzados) de “misterio del cuarto cerrado”. Pero quien ha cometido el atroz asesinato no ha tenido en cuenta que aparecerán en escena Carlos Lenin y la bruja Poly, que muy pronto empezarán a desenredar la trama existente detrás del crimen.
Más que el asesinato en sí
En Matadero, para variar, más importante que el propio asesinato es la compulsión de los propios crímenes sociales que decoran y exponen la sociedad que se nos muestra. Se diría que el agravio y la supervivencia son las constantes comunitarias del espacio psico-social narrado. Las deudas se pagan casi siempre con lesiones o muerte. El honor y la justicia echan raíces en torno a un caudillo del hampa habanero, que ha entendido perfectamente la crisis de su tiempo y sabe administrar adecuadamente el castigo y el perdón.
Hay una gran carga simbólica en la violencia descrita y en la velocidad de los acontecimientos narrados. Pero lo que me llama sobre todo la atención es una frase de Carlen. Esta resume lo que parece ser ideología imperante de la experiencia colectiva habanera del postmilenio.
“En esta ciudad es mejor andar con cicatrices que sin ellas. Quien no tiene marcas es una víctima en potencia. Quien anda con cicatrices las proclama para decirles a todos que pueden herirlo, pero no matarlo”.
Jack Brown
Adquire Matadero. Del mismo autor, Atmósfera Literaria a publicado la secuela La herencia de los patriarcas.