Códigos de la novela negra ¿o clichés?
Una habilidad de los escritores —que bastante molesta a las personas a la hora de ver una película— es su capacidad de predecir la trama, identificando los códigos de la novela negra.
En los editores, se convierte casi en un superpoder. De hecho, cuando nos topamos con un texto o un audiovisual de este género que se sale de los cánones nos sorprende gratamente.
Es lo mismo que le sucede a un mago profesional al ver el acto de un colega: más que disfrute, es un ejercicio intelectual. Cuando conoces el truco, es difícil impresionarte.
Códigos de la novela negra que son clichés
Hay una serie de cánones que se han repetido una y otra vez en este género que lo separan de la novela policial o detectivesca. Si bien en sus inicios fueron revolucionarios, hoy en día resulta preferible que se manejen dándoles un torque de frescura.
No nos referimos a la mujer fatal, al detective fumador y alcohólico o al policía lerdo —también son harto conocidos— sino a giros más sutiles que se utilizan sin reparar apenas en el hecho de que caen en camino trillado.
En ocasiones, estos elementos comunes nos permiten establecer un rápido puente de confianza con el lector, de forma que este se identifique con la obra. Así que corresponde al autor la decisión de usar o no estos cánones o clichés.
Será el lector quien decida, y ojo, si no lo hizo ya el editor que te enmendó la plana.
Arruinando casi todas las novelas y películas
La próxima vez que leas un libro o veas un policiaco en el cine, presta atención a ver si notas alguno de estos códigos de la novela negra. Esperemos que no sea en tu propia obra.
Desconfía del culpable
El autor tratará con insistencia de demostrar que un personaje es culpable. Por abrumadora que sea la evidencia, al final ese no va a ser el criminal. Lo más probable es que el verdadero perpetrador se esconda a simple vista.
Así que en la novela negra hay que entrar mirando a los lados, no a lo evidente.
El bueno va a morir
Cuando el personaje principal tiene un coleguilla buena gente, simpático, entrañable y que contrasta con la sordidez del héroe, hay una alta probabilidad de que muera.
Si el personaje en cuestión es una figura paterna, sabio y consejero, morirá al principio a manos del asesino de turno para desencadenar la historia. Si es el amor eterno del personaje, lo mismo, pero sometido a las formas más horripilantes y sórdidas.
Si es una especie de meta o refugio seguro para el héroe de la película, va a morir casi al final. Todo ello para que el lector aprenda que en la novela negra no hay finales felices.
Toda arma se usa (y lo que no lo es también)
La novela negra cumple demasiado bien la recomendación de Antón Chejov:
“Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí”.
Si ves a un autor de novela negra describiendo mucho un objeto, ten por seguro que se utilizará en algún momento como arma. Cualquier cosa vale: desde un llavero hasta una bazuca. El personaje principal sacará el objeto, lo admirará, lo limpiará, y hasta tejerá fantasías homicidas con él.
Por disparatado que parezca, ese objeto terminará con la vida del malvado de turno. No porque el personaje le gane por la mano, sino porque, simplemente, dispone de esa arma.
El interrogatorio refresca la memoria que no veas
Es difícil que un ser humano recuerde con exactitud lo que almorzó hace seis días, pero cualquier personaje al que interroguen desarrollará una memoria fotográfica.
Esto les hace realizar proezas en modo savant, recordando detalles acaecidos un día en concreto hace años. De paso, su confesión traerá el dato escondido que no puede faltar para resolver el crimen: esa pieza del rompecabezas es tan nítida en su memoria como el objeto que será usado como arma al final de la película o el libro.
No hay que apretar mucho la clavija
Como corolario del punto anterior, basta zarandear lo mínimo al villano para que trine.
No le cabe a nadie en la cabeza que un criminal avezado ya habrá creado mil historias colaterales, revisado en su cabeza mil mentiras para decir en cada caso o que sea tan terco y duro que no hable ni en mil años.
Si en las novelas de espías los héroes pueden perder todos los dedos de las manos —y de los pies— sin traicionar a la misión, los delincuentes no tienen reparos en confesar lo que sea. Peor si son los secuaces. Tan solo se los mire raro, desahogan todos los pecados de su alma, incluidos los de su jefe también, sin temor a represalias.
El amor del protagonista es la chica del malo
O, en su defecto, de algún personaje detestable.
Tal parece que es una ley que a las mujeres buenas les chiflan los tíos malos y siempre toman las peores decisiones. Sus maridos siempre serán maltratadores, drogadictos, mujeriegos, asesinos o borrachos perdidos.
Además, el héroe o es lerdo o tiene una proverbial mala suerte para sentirse atraído por las mujeres que no están disponibles. Vamos, si no es una damisela en apuros, ni la mira. Como los buenos cuento de hadas, a veces al villano lo eliminan al final y todos comen perdices.
O el escritor le tiene ojeriza al héroe, y su chica le da calabazas.
Si es la última misión, deja testamento
¿Alguien se va a retirar, y ya planea una vejez tranquila y segura? No en la novela negra. Los veteranos que van tras el último trabajito —o el ladrón que dará el golpe maestro— tienen la rifa de la parca arreglada.
La calidad de la muerte es directamente proporcional a lo bien que se lo vaya a pasar el personaje en cuestión. Si no hay un plan fijo, un balazo en la cabeza. Si la idea es retirarse isla caribeña con piña colada en ristre o la vuelta al mundo en yate, le sacarán las tiras del pellejo con la concha de un mejillón.
Ojalá las cosas fuesen tan fáciles
Si se pudieran atrapar criminales de forma tan sencilla como aparece en las películas o los libros, el mundo sería una maravilla. Pero las cosas no funcionan así, ni tampoco las obras que abusan de estos códigos de la novela negra y otros clichés.
Nótese que digo “abusan”, porque no hay nada de malo conque el mago recicle un truco, mientras lo haga con elegancia y astucia. De hecho, si logras identificar uno de los siete clichés mencionados en tu propia obra y los resolviste de manera creativa, es muy probable que tu novela sea realmente buena.