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El acto de escribir

El arte de escribir

No hace mucho escuché a un grupo de pseudo intelectuales comentar que, en la actualidad, existe la pose —esa palabra es mía, ellos decían la moda— de despreciar el acto de escribir.

Es decir, disfrutar del anhelo de situarse más allá de las palabras. Algo así como que el acto sexual no tiene como fin la procreación sino el goce del instante.

Como declaración de principios no está mal; es más, la comparto. Lo problemático es que, tras esa manifestación vital el citado grupo producía unos esperpentos literarios —por ser comedidos en la crítica— bastante infumables. En su afán de situarse en un limbo literario, auténtico cinturón sanitario que los separa del resto de los mortales, se elevaban en lo sublime.

Para caer de forma estrepitosa en lo fundamental. Me explico.

El acto de escribir no es literatura

Para escribir sólo necesitamos de papel y lápiz, es obvio. Para hacer literatura se necesita algo más.

Para hacer literatura necesitamos escribir bien. Aparte de la siempre compleja disyuntiva de las prosas de escritor y lector, esto requiere que lo que se escriba evite los errores que comete todo aquel que se aproxima al papel sin la formación necesaria para ello. Para escribir bien sólo hay que evitar los errores que cometen las personas. Y los errores que se incluyen en sus textos.

El principal error de aquel que pretende escribir literatura es el de no haber leído. Me refiero a leer mucha literatura buena y analizar esa escritura para ir creando su propia voz. Al no hacerse así, caen en un segundo error. Escribir improvisando, cuando lo más importante para obtener un texto de calidad radica en las horas de rescritura y retrabajos.

El texto original surge de esa catarsis que nos pone a escribir como posesos. Así que es imprescindible realizar este ejercicio de volver una y otra vez sobre los textos para no caer en el tercer error: la falta de humildad.

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Escribir es errar y corregir

Siempre hay que estar en un proceso de aprendizaje, de manera que nunca confundamos la realidad y la ficción. En definitiva, se convierte en el cuarto error que consiste en no saber utilizar la memoria, los deseos y la imaginación.

Por último, hay que plantearse qué actitud se toma frente a la escritura. Una actitud soberbia o —como ya comenté— pseudo intelectual nos hará caminar tres centímetros por encima del suelo. Pero nuestros textos seguirán siendo igual de malos.

Todo lo anterior tiene su reflejo en los textos que producen y, sin una buena preparación en la corrección de los errores personales, esos mismos defectos se notarán en la escritura.

Los encontramos en aquello escritos con personajes perfectos y quietos. Personajes que lo saben todo, que lo resuelven todo y, con el solo gesto de mirar, resuelven los conflictos sin despeinarse. Se ignora, en definitiva el deseo de los personajes, sus contradicciones y su falta de coherencia. En otras palabras, el personaje se tiene que mover.

Otro error detectable a las primeras de cambio es el de la invisibilidad. Textos que no llegan a la mente del lector, los detalles, las acciones y lo dicho y no explicado. Jamás piensen que el lector es imbécil.

Y más errores aún

Asimismo, el error en los diálogos es otro signo de falta de preparación: es imprescindible que los diálogos sean, mientras más cortos, mejor. Explicaciones interminables, diálogos ping-pong y diálogos bla-bla-blá son superfluos, carecen de sentido y enlentecen la lectura y lo que menos necesita un escritor con deseos de publicar es producir un texto aburrido.

Otro error en los textos es el de escribir en distinto siglo sin los conocimientos necesarios. La Edad Media no resolvía los crímenes con técnicas del siglo XX. Pero eso parece importarle muy poco a escritores de la novela histórica; auténticos Ian Flemings del medioevo.

Por último, jamás debe descuidarse el estilo. Debe ser claro, sencillo y cálido. Estilos rebuscados y barrocos, no, por favor. Tampoco, por mucho que parezca que le viene bien a la frase, se abuse del lenguaje soez. Hay que pulir los textos de continuo; razón última que nos lleva al principio del párrafo anterior y los errores del escritor.

Entonces, ¿quid tum? Perdonen el latinajo: ¿Ahora qué? El acto de escribir conlleva actitud y criterio. Estudien.

Luife Galeano

 

1 Comment

  • AlexPadron
    Posted 2 febrero, 2019 at 2:52 pm

    Muy de acuerdo, aunque en ocasiones y en especial en los dialogos, un poco de vulgaridad se impone si queremos a esos personajes vivos e imperfectos de los que hablas. Nadie grita “extraordinario” cuando le dan un balazo en la rodilla, e incluso, si se desea dar una dimensión real a un personaje de bajo fondo, el uso de tacos es casi obligatorio y un recurso para, sin llegar a la caricatura, “incomodar” un poco al lector.

Comments are closed.

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