Escritor: prohibido enamorarte de tu obra
Uno de los peores errores que puede cometer un escritor novel es enamorarse de su propia obra. Si te has animado a entrar de lleno en el mundo de la literatura, lo más seguro es que hayas ideado una historia concreta que no has encontrado todavía en la librería ni en la biblioteca de tu casa.
Es una idea tan buena —y esperemos que original— que no puedes sacártela de la cabeza, así que has decidido llevarla al papel para beneplácito y divertimento de los demás. Y aquí me detengo, porque ningún escritor (aunque lo jure y lo perjure) escribe por el simple placer de hacerlo. Todos escribimos con un objetivo concreto: que la historia que contamos llegue al mayor número de lectores posible.
Quien diga lo contrario, entonces escribe diarios que nunca deberán salir de una gaveta cerrada con mil cerrojos.
El dilema de la eterna gaveta
Así, animados a que lo estamos haciendo de puta madre —¡sniff!, esos tiempos en que era joven y feliz— vamos rellenando más y más cuartillas, zambulléndonos en la historia y creando la que consideramos nuestra obra cumbre. ¡Qué digo nuestra! La nueva ballena blanca del fantástico, mejor que Crepúsculo, Fundación y Harry Potter unidos, va saliendo de nuestra cabeza y tomando forma.
Eso cuesta mucho tiempo, por supuesto. Meses de concentración, el estrés de la página en blanco, el rapto creativo en que le robas horas al sueño porque TIENES que terminar ese capítulo que está quedando genial. No sólo sacrificas horas de descanso, sino que te vuelves una especie de ermitaño: tus amigos no te ven tan a menudo, descuidas (a veces, pierdes) a la pareja, dejas de jugar o ver series… es que no hay nada tan importante como eso que estás construyendo de a poco.
Terminas una primera versión y la revisas con saña. En el proceso se te ocurren nuevas subtramas y giros que no quieres desaprovechar, así que engordas tu manuscrito. O te das cuenta de que una escena está floja, así que vas atrás y revisas, corriges, incorporas. Te cuestionas si el narrador que utilizaste es el correcto, si tiene la carga dramática que lleva, si está tal y como la concebiste en tu imaginación…
Es entonces que llegas al punto en que te obsesionas y no puedes dar tu obra por terminada. Quizás, en un rapto de desesperación, la quemas como los escritores románticos. O Shift+Del, para mandarla a volar sin pasar por la papelera de reciclaje, para que no haya vuelta atrás ni arrepentimientos. Si no estás tan desequilibrado mentalmente, lo más probable es que te hartes y la dejes coger polvo en la gaveta (o carpeta del disco duro), prometiendo que ya regresarás a ella en el futuro.
Momento que nunca llegará: como no te sientes digno de tu historia, empiezas otra que también termina inconclusa en la gaveta. Y otra. Y otra.
Al final, dices que eres escritor. Pero no lo eres. Al menos, no hasta que no logres escribir «FIN» a una de tus obras.
La otra cara de la moneda
Pero vamos a pensar que eres un escritor serio y terminas esa primera obra cumbre de tu literatura. Le das un cierre digno y corriges el manuscrito hasta el máximo de tus capacidades actuales. ¡Felicidades!
Viene entonces a brillar la otra cara de la moneda, porque hasta que no sea libro tu manuscrito es sólo eso. Eres escritor, sí. Pero para llamarte autor deberías publicar tu obra y que llegue a tus lectores: es entonces que corres el riesgo de obsesionarte con la idea de la publicación.
¿La envías a un concurso que promete la edición del ganador? ¿Se la mandas a una editorial prestigiosa dentro del género? ¿O a un agente literario, que la sepa colocar en el lugar correcto con el contrato más ventajoso? ¿Buscas una editorial de coedición, o corres con todos los gastos (corrección, maquetación, diseño de cubiertas) y autopublicas en Amazon?
La decisión correcta depende de tus posibilidades y expectativas, así que no hay una respuesta única a esta interrogante. Pero sí existe una realidad: poner una novela en el mercado no es tarea de un par de meses, a menos que estés dispuesto a pagar por ello. Lo más probable es que demore hasta años lograr que una editorial se enamore de tu manuscrito, tras muchos rechazos y decepciones. Y eso no depende necesariamente de la calidad de tu obra, sino del criterio y las posibilidades objetivas de los editores a los que se la mandas.
Interioriza lo siguiente, para que no sufras de desengaños: la literatura no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Son poquísimos los favorecidos que triunfan con su ópera prima y pueden darse el lujo de dedicarse por completo a la literatura con las ganancias de su libro. Nota que incluso estamos hablando de dos cosas diferentes: pegar a la primera y además tan fuerte que puedas retirarte con la bolsa llena. Lo importante es que, una vez terminada tu obra, trates de publicarla sin obsesionarte con ello. ¿Por qué? Porque toda esa energía que estás dedicando a publicar tu libro sí o sí es impulso que le quitas a tu siguiente novela.
Y ¡ojo!, que una vez publicada tu obra vas a tener que separar un carretón de tiempo para publicitarla, promocionarla, presentarla y hablar de ella hasta en los centros espirituales. Gracias o por culpa del amplio acceso a Internet y las redes sociales, ya pasó el tiempo en que esto era responsabilidad de las editoriales. Si quieres muchos lectores tendrás que agenciártelos tú mismo, pero eso es material para otra reflexión.
Sin que te ciegue la pasión
No vas a ser ni el primero ni el último autor que publica la primera novela que escribió luego de sacar otras a la luz. Ni «Carrie» fue la primera novela que escribió King, ni «Elantris» fue la primera obra publicada de Sanderson.
A veces, esa ópera prima tiene que reposar en la gaveta para redescubrirla con ojos más experimentados. En ocasiones, es necesario engordar el currículum y consagrarse primero para después poder pasear a la niña de nuestros ojos de la mano.
Como recurso personal para nunca enfrentarme al dilema de la página en blanco, acostumbro a trabajar en dos o tres proyectos al mismo tiempo. Pero nunca más de esa cifra, porque hay que ser disciplinado y terminar lo que empezamos. Este consejo va para aquellos «escritores» que tienen muchas obras por la mitad y ninguna terminada. Porque, si no tienes material listo para editoriales y concursos, ¿cómo esperas que alguien te descubra o te publique?
Una vez culminado un proyecto, búscale una salida satisfactoria sin desgastarte demasiado en ello. El tiempo que le dedicas a una obra terminada se lo robas a la siguiente novela que debes escribir. Esto también es válido para aquella obra que mueles y remueles hasta el infinito, sin estar nunca totalmente feliz con el resultado final. Desengáñate: ningún manuscrito es perfecto, aunque pueda llegar a ser muy bueno.
La razón es muy simple. En la medida que lees, escribes y creces como escritor verás más fallas en tus trabajos anteriores. Tendrás también más recursos narrativos, mejor estilo, un lenguaje más amplio… en una palabra, tendrás más oficio. Habrás evolucionado, al punto de darte cuenta de que tener en la gaveta novelas terminadas, pero no publicadas aún NO ES UN FRACASO.
Todo proyecto escrito y terminado es un éxito. Cuando menos, nos aporta experiencia y nos pone en el camino de crecer como profesionales de la literatura. Así que sigue mi consejo y nunca te enamores tanto de tu obra que esa relación se vuelva tóxica. Mejor, deposita tu cariño en tu carrera de escritor y haz lo que mejor se te da.
Escribe, sin obsesionarte de cómo o cuándo te van a leer. Invierte en tu futuro, no en una historia en concreto.