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14 (malas) excusas para no escribir (Parte I)

Amén de la diferencia entre escritor y autor, de la que hablaremos en otra ocasión, hay una verdadera pléyade de personas que se autodenominan escritores. Los mismos que usan excusas para sentarse delante de la hoja en blanco y escribir sus historias.

Aunque reconozco que hay un tiempo para investigar y otro para preparar y planear antes de llevar al papel (bueno, a la pantalla del ordenador) una novela, cuento o escrito en general; muchos de estos llamados “escritores” se dedican a esperar a que la musa baje y los posea.

Y, ojo, tampoco desconozco que existe lo que mi amigo, escritor y editor Luife Galeano denomina rapto creativo. Pero la mayoría de las veces nos escudamos en el llamado bloqueo de escritor para ponernos a figurar y lamentarnos, mientras no hacemos absolutamente nada por revertir esa situación.

La disciplina del escritor (sin excusas ni pretextos)

Por desgracia, es cierto que la inspiración no siempre nos acompaña. Pero en una obra no necesitamos ser trascendentales: los puntos álgidos de una historia bien planeada son pocos y la mayoría del tiempo nuestra misión como escritores es llevar a los protagonistas del punto álgido A al punto álgido B, sin necesidad de una prosa despampanante.

Es entonces que más que inspiración requerimos de oficio. El oficio es una habilidad entrenada, no un don nato. Se adquiere leyendo mucho, sí, pero más que nada escribiendo mucho, a diario y con método. Aquí se vale el dicho —que fraseo para los finolis— “removiendo gónadas se cultiva el arte de emascular”: sólo se aprende a escribir bien escribiendo mucho.

No hay atajos, y eso bien lo saben los grandes de la literatura. Mientras los autores se regodean en los vítores, las alabanzas y las presentaciones en público, los escritores son el tipo de yonquis que, si no escriben a diario, comienzan a sentirse mal. A mí me sucede, y aunque procrastinar no es de vagos, tengo el valor suficiente para no poner otra excusa que mi propia pereza.

14 excusas que usamos para no escribir

No obstante, lejos de reconocer nuestra propia flojera, somos seres humanos. Así que siempre vamos a echarle la culpa a un factor externo del por qué no estamos haciendo lo que se supone que nos da placer y es, al fin y al cabo, nuestra función social como bardos cuenta-cuentos.

No te apene reconocerlo. Yo he usado estas excusas y, en mis momentos futuros de flaqueza, las usaré sin dudas. Pero una cosa es justificarse y otra muy diferente es percatarnos que estamos cayendo en la trampa de la auto conmiseración, darnos un cocotazo y enderezar el camino. Así que vamos allá:

1. Mañana, sin falta

Sí, sí… como no. El problema es que mañana, como hoy, habrá otras cosas “impostergables” o “imprevistas” que te van a forzar a seguir aplazando una y otra vez sentarte y empezar a parir una historia.

Es el mismo mecanismo de defensa del “mañana lo dejo” o “esta es la última”: aplazar la tarea te brinda una válvula de escape para hacerte sentir bien momentáneamente, pero cuando llegue mañana lamentarás haber perdido el tiempo hoy.

2. Es que no tengo tiempo

Y ahí vamos con la más socorrida de las justificaciones. No obstante, tienes tiempo de sobra para dedicarle al culebrón que pasa por la televisión, o al juego de moda, o a cotillear en las redes sociales de temas que en realidad ni te van ni te aportan.

El tiempo es un elemento que puedes aprovechar a tu favor si lo que haces realmente te entusiasma, y se supone que es escribir. Los grandes autores planifican tiempo de escritura y se ciñen a él porque entienden que su trabajo es escribir, lo mismo que un obrero debe cumplir su horario en una fábrica. La analogía duele, pero al mismo tiempo recuerda que según Confucio “si encuentras un trabajo que te apasiona, no trabajarás más nunca en tu vida”.

En última instancia, recuerda que la ganadora del Pulitzer Toni Morrison escribió sus libros siendo editora en Manhattan. Harriet Beecher Stowe era una empleada de hogar y escribió La cabaña del Tío Tom. Creo que no hace falta hacer más comentarios a este punto.

¿Qué no te apasiona tanto escribir como para sacar tiempo para hacerlo? No lo hagas, no te frustres, nadie te obliga. Déjalo para quienes lo disfrutan.

3. Estoy bloqueado

Otra de las salidas clásicas. Pero si al día siguiente de ir al gimnasio te duele el cuerpo, no es razón para no seguir entrenando. Lo maravilloso de la escritura es que si te bloqueas contando una historia, siempre puedes escribir sobre otra cosa.

En lo personal, me gusta tener dos o tres proyectos de escritura que voy alternando: si se me traba una historia, pues continúo con otra. También tengo que escribir —esta vez sobre un tema que yo no decido— para crear contenido para mis clientes. Además, hago intentos de poesía. Y también escribo para mi blog. Sin contar todas las obras que puedo y debo revisar y corregir.

¿Puedo decir que estoy bloqueado? No, porque no he puesto todos los huevos en una sola canasta. Llegado un caso de bloqueo extremo, llame a un amigo de confianza y cuéntele la trama de la obra en que está empantanado. Es muy posible que él le muestre el camino para salir del atolladero.

4. No estoy preparado para escribir

Pues mal vamos: ya empezaron a saltar los miedos injustificados. Porque si quieres escribir, mínimo es que ya sabes leer, así que tienes el medio para prepararte en ortografía, redacción, estructura y cualquier otra cosa en que sientas que estás fallando como escritor.

Leer y escribir. Esas son las únicas formas de prepararte y lamento decírtelo: nunca, pero nunca vas a terminar ese proceso de aprendizaje. Y qué bueno que es así, porque el día que no aprendo algo nuevo sobre mi oficio es para mí un día perdido.

¿Necesitas aprender algo para seguir escribiendo? Pues ve y apréndelo, en vez de utilizar tu ignorancia como excusa. Si necesitas ayuda extra, hay talleres literarios, cursos de escritura y mentorías que pueden resultarte la mar de útiles para no tener que descubrir el agua tibia. Mi consejo es que acudas a ellos si sientes que te falta preparación: no son esenciales, pero te ayudarán a crear relaciones y te ahorrarán mucho tiempo.

Y si te refieres a los medios físicos para escribir, existen innumerables ofertas para comprar un ordenador y un buen procesador de textos a un precio bastante asequible (y software para escribir gratis, incluso). Los cibercafés también ofrecen la posibilidad de trabajar con estos dispositivos. Y si incluso eso te parece inalcanzable, La Biblia, La Ilíada, La Odisea, El Inferno de Dante, o El paraíso perdido de Milton se escribieron a mano.

5. Necesito documentarme

Vale, eso forma parte del proceso de creación. Pero ten cuidado no te pierdas en una investigación interminable: enfócate en que estás documentándote para escribir una historia, no para revivirla.

En lo personal, si necesito investigar para escribir una obra, lo hago con un sistema de dos capas: en la primera, me familiarizo con el objeto de estudio y voy tomando notas útiles mientras planifico la trama de mi novela (normalmente, para otros géneros literarios no se necesita un estudio tan a fondo).

En un segundo paso me concentro en los detalles necesarios para que cada escena tenga todos los elementos que la hagan verosímil y en contexto cuando la escriba. O sea, supedito el estudio a lo que deseo contar y no al revés: no quiero que el lector se deslumbre con mi erudición, sino con la historia de mis personajes.

6. Tengo tanto que decir… que no puedo escribirlo

Aquí hay dos escenarios: o tratas de incorporar tanta información en lo que escribes que pierde sentido, o tienes tantas historias en la cabeza que no las plasmas.

Ambos pueden considerarse un tipo de bloqueo por exceso, que se puede manejar con algo que te mencioné al principio: preparación. Decide qué quieres contar y cíñete a ello. Si aparecen otras historias por el camino, anótalas y desarróllalas en otro momento, por interesantes que parezcan.

En otras palabras, usa el método KISS (Keep it simple, stupid!)

7. Soy mal escritor

Tú y todos los que nos dedicamos a esto. No importa cuán largo sea el camino andado, considerar que aún tienes espacio para mejorar es el camino más expedito para crecer en este oficio. Sé que esto involucra que lidies un poco con el síndrome del impostor, pero es mucho más saludable pensar que eres malo y deseas mejorar que creerte que eres un genio de las letras y todos deben rendirte pleitesía.

Escribir requiere de un poco de ego, porque es un camino difícil y el deseo de abandonar está al orden del día. Pero por malo que seas, recuerda que sólo escribiendo mucho puedes ser un poco menos malo que ayer. Si no escribes y te escudas en excusas, puede que incluso seas hoy peor. Y nunca te olvides de leer a los buenos, que imitar es válido.

(continúa)

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