La trilogía de Carlen: una reseña (casi) sin spoilers
Por Noel Pupo González
Hará ya algún tiempo tuve el gusto de comenzar a leer la trilogía negra de la saga de Carlen, de Álex Padrón. Las tres obras de las que les hablaré son Matadero, La herencia de los Patriarcas y Los enterradores. El personaje central de ellas es Carlos Lenin Onofre (Carlen para los amigos) y en cada libro nos lo encontraremos encarando una interesante historia.
Pero primero…
La novela negra ambientada aquí
Ya puestos a hablar de novela negra cubana, el patio tiene unos cuantos ejemplos. Pero resalta a la vista como se han perpetuado algunos clichés que le quitan riqueza. La delincuencia, la prostitución, La Habana como único trasfondo de las bajezas humanas en este país, las drogas, el realismo sucio, la promiscuidad en los barrios pobres, la corrupción. Todos esos temas han sido harto explotados por los defensores del género negro peninsular y dibujan a una Cuba polimorfa, sumida en el caos y el pesimismo, con un entramado social complejo.
Pero Cuba es más que eso: hay vida más allá de La Habana, problemas distintos, gente distinta, penas y dolores, otra realidad. Además que ya se ha abusado mucho del tono pesimista. Habría que parar y preguntarnos: ¿cómo vemos a Cuba? La primera respuesta es: con carencias, sí, pero a la vez con una identidad propia y una historia rica, con un folclore añejo alimentado de raíces afrocubanas e hispanas y una geografía muy bella.
Cuba está llena de gente acostumbrada a la vida recia, a salir todos los días a luchar y que en medio de contradicciones y absurdos sabe reír aunque todo alrededor parezca estarse cayendo a pedazos. Esa es el enfoque que nos regala la trilogía negra de Alex Padrón y se agradece, oigan, se agradece mucho.
Lo digo, porque contrasta con otro tipo de novela negra que se escribe sobre Cuba, a veces llevando a la exageración la criminalidad y la violencia. En Cuba hay asesinatos y criminales, pero no tenemos mafias que dejen las cunetas llenas de muertos. Si algo le agradezco a Padrón, es haberme dibujado una Cuba en la que puedo identificarme.
Carlos Lenin es un protagonista peculiar, un perdedor con orgullo, hombre de mediana edad, con un pasado en el mundo académico al que tuvo que abandonar para buscarse la vida por su cuenta y riesgo. Ahí tenemos a un cubano de pura cepa, con una visión amarga de la vida pero aun así optimista. Astuto, hecho a sí mismo, que sólo quiere vivir tranquilo, pero es la vida la que no lo deja.
Carlos Lenin tiene el defecto de ser demasiado inteligente, de buscarle la quinta pata al gato, como decimos nosotros, de resolver rompecabezas por diversión y por eso meterse en muchos enredos.
Pero, gracias a esos enredos, tenemos tres libros muy distintos entre sí que se unen para darnos esta trilogía negra que ustedes también agradecerán si pueden echarle un ojo.
Hablemos de Matadero
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Seré breve en decir que el libro se lee rápido. Sus poco más de cien páginas bastan para narrar de manera trepidante el periplo de un hombre que se ve envuelto en un crimen de sangre al que deberá investigar por sus medios, si quiere librar el pellejo. Con lujo de detalles asistimos a un asesinato brutal. Así, iremos desenredando la madeja del misterio para llegar a ese revelador final que no les puedo contar ahora, pero del que les diré que está a la altura del libro.
La Cuba retratada en Matadero pudiera ser la de hoy, salvo por unos pequeños detalles. Salta a la vista como el protagonista paga en esos ya difuntos CUC y a precios que hoy seguro fueran cinco veces más altos, pero reordenamiento monetario aparte retrata muy bien nuestro patio, como ya dije arriba.
El Carlos Lenin que vemos en Matadero podría ser cualquiera que conozcamos. Se trata de un graduado universitario con postgrados en el extranjero, docente e investigador, que acabó teniendo que renunciar a todo eso y emprender un negocio mucho más profano con tal de asegurar el sustento.
Carlen nos engancha desde el principio. Vive solo, acosado por sus propios demonios, con inseguridades y conflictos, con ganas de triunfar pero que, de momento, se conforma con seguir a flote. Se presenta real, tal cual es, sin florituras ni engaños. Uno lo agradece: es alguien que hace lo mejor que puede siendo fiel a sí mismo.
La trama lleva a este hombre casi por accidente a tener que resolver un crimen sin que se entere la policía. En medio de todo, hay intereses muy poderosos que deben ser protegidos. Mientras él investiga, una humanidad variopinta desfilará por las páginas de Matadero, dándonos una visión de conjunto sobre una trama enigmática.
El uso del folclore cubano es una de esas cosas que le dan mayor mérito a la obra. Es como una agradable pincelada local que le da un color único. Lo sobrenatural como una premisa cierta nos dibuja la espiritualidad tan arraigada en Cuba alrededor de las deidades africanas. El Palo Monte, el uso de ngangas por potentes brujos que controlan a espíritus que los iluminan y protegen, el trance y la posesión de espíritus, las adivinaciones basadas en palabras de muertos que arrojan luz sobre los misterios son un sello fantástico sin el cual la trama tal vez no habría brillado tanto.
Es loable el uso de voces yorubas dentro del texto, así como de oraciones a deidades que le dan mayor veracidad a la obra. Ese toque de magia que se entremezcla con la ficción podríamos considerarlo el toque de Alex Padrón.
Otro tema presente es la sensualidad. Hay un erotismo que, sin ser explícito, evoca al deseo carnal en esas escenas donde el sexo es un matiz evidente. Me gusta que no caiga en la pornografía de la que tanto se abusa en algunos libros de corte similar para levantar tramas sin sustancia. Ya sea si hablamos de la evocación que hace Carlen de Gladis, aquella compañera a la que deseó años atrás o de la buena tensión sexual que el protagonista va formando con Poly, la prostituta que además es bruja.
El absurdo sorprende a Carlos Lenin, según va revelando los detalles que lo conducen a dar con esa trágica verdad que explica el ensañamiento del crimen. El peligro lo atrapa a última hora y lo obligará a trabajar bajo presión para resolver la totalidad del puzle, sin buscarse un problema con la justicia en el empeño. Los hechos le harán profundizar en un mundo donde la moralidad es cuestionable, pero donde él tratará de hacer el bien.
Sobre La herencia de los patriarcas
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Si Matadero es una novela casi detectivesca, La herencia de los patriarcas camina a paso de novela de aventuras. En ella no podían faltar los enredos, las divertidas contradicciones y la criollez esa tan nuestra que te hacen el buen rato.
La trama tiene un gran gancho: un revólver con una negra historia —que pasó de mano en mano hasta nuestro protagonista—, la policía y una rancia organización británica cazadora de reliquias metidas en el asunto. Y Carlos Lenin (Carlen para los amigos) otra vez sumergido en una vorágine letal de la que tendrá que salir bien librado a base de astucia. He ahí la fórmula magistral de unas casi doscientas páginas que les harán la tarde.
La acción ocurre en Cienfuegos y eso le da un mejor tono. Cansado estoy de esa literatura habano céntrica que siempre asoma la cabeza pintando a la capital cubana con sus penas y glorias, sus solares en peligro de derrumbe y su humanidad variopinta (que no está mal, pero que se roba toda la atención).
Sí, mucho se ha escrito sobre La Habana, como si un escritor cubano no pudiera sacarle partido a otra ciudad cualquiera del país. ¿Cuándo vamos a leer una novela de terror sobre un cafetal el Baracoa? ¿No podría hacerse una novela policiaca sobre ladrones de ganado en los campos de Holguín? ¿No es Santiago otra urbe con historia y cultura propias? Entonces viene Padrón y me pone una trama interesante que me saca al protagonista de La Habana y lo manda a Cienfuegos y yo le doy las gracias. Me gusta ese homenaje a la Perla del Sur, ciudad hermosa por derecho propio, pero más en la línea de esas ciudades cubanas del interior, con un casco histórico de arquitectura admirable, barrios de periferias que son todo un mundillo aparte, coches con caballos sirviendo de transporte público junto a los ómnibus y regiones de campo. Gocé con esas estampas cotidianas de ciudad de provincia que todos hemos visto y que tan poco se usan por la falacia de que escribir de La Habana vende mejor.
El periplo del protagonista lo hará descender al meollo de los problemas, con un dramatismo superior, si notamos que la acción transcurre mientras un ciclón amenaza con golpear a Cienfuegos. Me recuerda el inicio de El hombre que amaba a los perros, cuando un ciclón sirve de recurso dramático a esa también buena pluma cubana que tenemos en Leonardo Padura.
El folclore no falta y el sello sobrenatural al que Álex Padrón nos tiene acostumbrados asoma a momentos para darle más bagaje a esta cubanísima pieza donde no podían faltar Orishas africanos gobernando tormentas, misterios alrededor de un revólver que nunca falla en matar cuando es disparado y otras cosas que ustedes verán si se leen el libro.
Con ese precedente, el clímax del libro se vende solo, en un asedio donde correrá la sangre.
El final es el comienzo: la escena que abre la novela es la misma a la que volveremos en los instantes finales cuando la esperanza parece haber abandonado al héroe. Carlen batalla por sobrevivir en un catamarán a punto de irse a pique en el corazón de la tormenta. Su único consuelo es el desesperado acto de darse un tiro por tal de no morir ahogado.
El desenlace de los hechos nos tendrá leyendo hasta la última oración en la cual, seguramente ustedes igual que yo, agradecerán que aún queden gentes en Cuba escribiendo cosas así. Este país, señoras y señores, tiene mucho que contar.
Y cerramos con Los enterradores
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Una novela de detectives abre la trilogía, otra de aventuras la continua y el sello final se la da una macabra historia de terror. Para entender esta novela con cabalidad tenemos que ver a unos viejos conocidos que ya asomaron la cabeza en Matadero y en La Herencia de Patriarcas: los Espingles.
La familia Espingles, con el Tata José María al frente, está presente en cada enredo de los que se mete Carlos Lenin. Es una familia poderosa, con control del bajo mundo, que se lucra con todo lo que pueda dar dinero, tanto legal como ilegal. Es en un establecimiento del Tata donde Carlos Lenin hallará a una prostituta muerta en Matadero, es por culpa de un arma que el Tata le regala a Carlos Lenin que se desarrolla lo acontecido en La herencia de Patriarcas y es por un conflicto profundo dentro de la familia que el héroe descenderá a los infiernos de la degradación, con la campiña artemiseña como escenario tan rural como sobrecogedora.
Un corto mensaje podría resumir la moraleja de la vida de Carlos Lenin: no te metas donde no te llaman. Es así como una noche en el solar es el inicio de la trama, cuando a nuestro amigo Carlen le da por jugar al detective.
A Sofía la arquitecta la asaltan en las puertas de la casa para robar unos planos, dichos planos resultan ser de una antigua joyería que ahora iba a ser remodelada. Carlen deduce lo que los ladrones estaban buscando en un acto de brillantez y sin quererlo frustra un plan donde la familia Espingles estaba involucrada. Había una caja fuerte con un contenido muy valioso que se extravió en mitad de una conspiración, en la que se metió mucha gente poderosa. Así, Carlen acaba atrapado cuando quiso llegar a un entendimiento que le enfrenta a los enterradores, dos profesionales en el arte de torturar y hacer desaparecer cadáveres.
Los enterradores es sin duda el libro más siniestro de la trilogía, donde las torturas y las vejaciones a las que Carlen es sometido lo harán llegar a los límites de lo humanamente soportable. La policía investigará los hechos del asunto de los planos y la joyería, salpimentados por varios muertos regados en el proceso. Poly, la esposa de Carlos Lenin, lo buscará con ayuda de sus espíritus y un ente sobrenatural intercederá en su momento de mayor agonía, para darnos un final francamente intenso e inesperado.
Algunos amigos me han dicho que Los Enterradores es una novela muy gore, y hubo quien no pudo acabarla luego de la descripción de una tortura particularmente brutal sobre Carlen. Pero si tienen los arrestos para enfrentarse a ella, les hará pasar un buen rato como el que pasé yo. Y el que tenga miedo que no nazca.
A modo de conclusión sobre la saga de Carlen
Nuestra sociedad está falta de un movimiento pujante respecto a la novela negra, pese a que tiene buenos exponentes. Aún hay mucho que contar acerca de las contradicciones y problemas que tenemos. Cuba tiene tela por dónde cortar acerca de la vida al margen de la ley y un tejido social muy rico que puede ser retratado en historias tan buenas como estas. Necesitamos autores que toquen la marginalidad, los males sociales, las bajas pasiones que aún afloran en nuestro medio y arrojen luz sobre todo lo que está ahí para ser contado y que, pese a todo, sigue en el anonimato.
Ojalá en años venideros veamos surgir un movimiento cubano de autores de novela negra que reivindiquen lo que pasa en nuestro patio. Queremos ese toque tan local y rico que hay de sobra en esta tierra y que nos hace tanta falta en el arte.
Al leer esta trilogía tengo la grata sensación de que la literatura en Cuba puede ser reflejo de su compleja realidad. Y que, cuando un autor se lo propone, puede tomar esas estampas cotidianas de la vida en este país y llevarlas a la literatura.
Por eso, si tienen la oportunidad, adquieran esta trilogía y sigan a su autor, Álex Padrón. Es un autor de muy buen desempeño dentro de las letras cubanas, con obras publicadas en Cuba y en el extranjero y mucho talento en contar historias de aquí.
Y este es mi único spoiler: Álex Padrón no es un escritor ocasional en la novela negra. Esta no es la única saga que está desarrollando. Pero eso es tema para otra reseña.