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Los vándalos de Reynaldo Cañizares y el barril de madera

Por: Alberto González Rivero*

El realismo mágico que contiene la novela Los vándalos de Reynaldo Cañizares, publicada por Atmósfera Literaria, Madrid, 2014, no me asombra. 

Ya desde la aparición de Never More, (Ediciones Capiro, Finalista en el Concurso de Novela Semana Negra en Gijón) el narrador y periodista se ha prendido al género policial como el entomólogo prende a la mariposa, al decir de Eugenio Florit.

El barril de madera

Todavía me parece verlo dentro de un pasaje santaclareño —o ciudadela— con el pelo ensortijado lleno de polvo callejero, calzoncillos de pata larga. Dispuesto a pelarse como un pollo dentro de un barril de madera desbordado de agua  hirviendo, con sus flejes herrumbrosos.

No sé qué mejor expresión de vivencias de realismo mágico que una tarde tórrida en la barriada, donde quemarse es una llama inapagable en el cotidiano sobrevivir a cómo se pueda y donde vale todo.

Cañizares tiene la piel como el cuervo de Poe y en esta, su última  novela, se vuelve a subir al Corcovado de alucinaciones en el barrio El Condado, memorias de habitante marginal que tanto lo abruman. Sus personajes van y vienen con la crudeza y la ternura de la gente de barrio. De esas zonas donde se esconden atroces vilezas y gestos de solidaridad humana imborrables. Donde todo lo que delinque se construye en una ciudad invisible como las de Italo Calvino.

Los vándalos de Reynaldo y la NNNC

El neopolicial cubano o lo que está viniendo en llamarse la nueva novela negra cubana (NNNC) lo encuentra entre las figuras más sólidas del momento en Cuba.

Reynaldo  se desenvuelve en un ámbito camaleónico situado entre el cuento y la novela negra. Es un alquimista, que trata de armonizar a justos y pecadores en su obra. A veces parece que recorra El Condado, como lo hacía por El Purio —su pueblo natal—acompañado de su abuelo Carlos, hijo de africanos. Y de esta forma desarrolla su novela, en la que engarza una poética mágico-religiosa que lo acompaña en su espíritu y en su obra.

En ese sentido, el barrio El Condado adquiere un color lila en su poética y barrunta lo sórdido con lo sublime. Los policías, los sospechosos y los asesinos no se etiquetan en desmesuras dramáticas del policial clásico. En su lugar, se dejan llevar más por el histrionismo de sus personajes que por el sentido deductivo propio del género.

En Los vándalos de Reynaldo se pueden leer los ruidos en las calles, a la gente cavilando asuntos de sobrevida en las antípodas de las carencias materiales y morales que los circundan. Todo,  descrito con un lenguaje y un original manejo de las tramas y sub tramas por parte del autor.

Una nueva forma de narrar

El investigador sale en la intrahistoria de Cañizares con sus demonios a cuestas, a diferencia de esos seres metafísicos de la novela policial cubana de las décadas del 70 u 80. Tiene un pasado dudoso, que lo ve de joven enclaustrado en un correccional de rehabilitación de menores o denunciando a su novia en el decanato de la Universidad, porque sostenía relaciones lésbicas con una amiga.

También se respira el tono de inquisición que regía las prácticas homosexuales o religiosas en las universidades cubanas…  que no por citadas en la literatura dejan de tener un hálito realista estremecedor.

El narrador se entrega a la obsesión del investigador por penetrar en el seductor mundo de las lesbianas y los gais. Horada en su propia frustración de masculinidad con su exnovia Margarita, vibra con ellos y se impregna de tantos cuerpos haciéndose su propia gesta. Esto, al modo de los soldados del batallón de Tebas al extremo que, en la Unidad Policial, no escapa del síndrome purista de sus homólogos.

Pero también aprovecha la delación para hacer un retrato de esos singulares personajes conocidos por el vulgo cubano como los chivatos de la policía. La ironía lo pone al frente de una investigación por la desaparición de una muchacha, para que la inolvidable silueta de Margarita lo acompañe una vez más.

Los vándalos de Reynaldo

Reynaldo Cañizares es Francis Picabia, refundado en las calles sinuosas de El Condado. Describe con maestría los entresijos de ese mundo real —por mucho que pretendamos ficcionarlo— entre las usuras de negocios ilícitos, vicios y crímenes.

Las cosas perdidas siempre se encuentran, como si temiesen no aparecer nunca”, escribió el autor en su libro de cuentos Morir todavía y esa es una de las tesis fundamentales de Los vándalos de Reynaldo.

 Hay un graznido renovador de su piel en la novela. El agua abrasadora del barril de madera, que al caer toma un color ámbar cuando roza con los flejes herrumbrosos del depósito. El niño Cañizares se frota la cabeza con un jabón de sebo, en un mediodía reverberante en  la ciudadela del barrio.

*Alberto González Rivero (Sagua la Grande 10/3/1961) es escritor y periodista. Premio nacional de la radio cubana, Premio Literario Fundación de la ciudad de Santa Clara, 2014. Ha publicado libros en Cuba y España y aparece en antologías tanto en el país como en el extranjero. Miembro de la UNEAC y la UPEC.

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