Tres negativas que perjudican al escritor
Si bien estos «noes» son muy frecuentes en el escritor novel, también hay muchos consagrados que se dan de morros con la puerta y caen en estos tres «noes», que nada bien nos hacen.
Muy a mi pesar, confieso en que en algunas etapas de mi trayectoria he caído en estas negativas, ya sea por desidia o por orgullo. Pero hago un mea culpa y quisiera que, a través de esta reflexión que lees, no caigas tú en estos rechazos que nada bien pueden arrendarte. Sé que pocos escarmientan por cabeza ajena, pero cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.
Vamos al lío:
Negativa 1: No leer
Debo confesar que por razones de trabajo, que escribo más de lo que leo y leo sobre temas que poco o nada tienen que ver con lo literario, he descuidado un poco esa actividad que enriquece y hace apreciar el trabajo de los demás.
Leo para mi deleite sólo a la hora de dormir, pero el cansancio me rinde antes de la décima página. A pesar de que es un buen método soporífero —mejor que ver la televisión o hacer maratón de series—, no recomiendo en especial esta forma de lectura. Un escritor ha de leer a conciencia, en su lugar cómodo favorito, pero analizando a profundidad lo que está leyendo.
Es muy común toparse con escritores nóveles que no leen y sólo escriben. A ellos les advierto que corren el riesgo de descubrir el agua tibia más a menudo de lo que creen, porque esa idea genial que están escribiendo tiene grandes posibilidades de ser tan similar a otra ya escrita que podría considerarse plagio. Hay que leer mucho y bien, haciendo hincapié en el género al que uno se dedica; pero también pensando fuera de la caja y aprendiendo de los maestros de otras ramas de la literatura.
Justificaciones a esta negativa como «el tiempo no me alcanza y deseo concentrarme en mi obra»; «no voy a influenciarme por el estilo de otros autores» o «prefiero las historias que salen de mi imaginación» son realmente ridículas. Yo me he sorprendido pensándolas, pero entonces me doy un coscorrón con un buen libro y me siento a disfrutarlo.
La razón es simple: leer a los demás es la forma de mejorar nuestra escritura, examinando el bagaje de conocimientos y técnicas que despliegan quienes tienen más carrera que nosotros.
Negativa 2: No revisar
Si crees que tu cuento o novela está bien tal y como está en la primera escritura, mal vas.
No importa si la historia es atractiva, si los personajes son geniales o si te echas a llorar cuando el héroe muere: una sola falta de ortografía garrafal puede desanimar a cualquier lector. Y cuando digo lector, me refiero a editor, porque, ¿quién se va a leer un manuscrito lleno de errores gramaticales, signos de puntuación puestos dónde y cómo quieres, o que no tenga tildes?
Claro, estoy exagerando. Pero igual, en cuanto detecto alguna falta de ortografía severa, dejo de leer. El editor está en la obligación de corregir el texto, sí, pero para ello primero tiene que aceptarlo y no lo hará si considera que el autor del manuscrito ha sido tan indolente como para no revisar meticulosamente lo que ha escrito.
Desde mi experiencia y la de otros colegas del ramo, a una editorial llegan al mes decenas, si no centenares de manuscritos. Pocas veces dan abasto para leerlos todos, y de hecho el proceso de selección inicia con la lectura de las primeras páginas. Si el lector profesional detecta que el manuscrito tiene errores de ortografía y gramática, descartado. Así y ya: no se van a embarcar en un proyecto con un autor que no es profesional ni respetuoso con su propia obra.
Negativa 3: No aceptar correcciones
Y aquí viene el error más terrible que puede cometer un autor, sea novel o no. Ocurre cuando, luego de aprobado el manuscrito por una editorial, recibimos el texto de vuelta lleno de subrayados en rojo y comentarios al margen.
¿Cómo es posible, luego de haber revisado hasta la saciedad el documento que entregamos? ¿Cómo se atreve el editor a cuestionar nuestra obra? Acá cabe sentarse a meditar y preguntarse: ¿quiero que mi obra sea publicada, o quiero tener siempre la razón?
Que no te ciegue el ego: por muy esmerada que sea una revisión, cuando el texto se enfrenta a los ojos frescos del revisor van a saltar mil gazapos que tú no pudiste ver, y centenares de frases que no están perfectamente claras o cuyo estilo puede mejorar. Es por eso que existe el proceso de edición, donde un profesional con mucha más experiencia que tú, va a hacer su mejor esfuerzo por pulir tu obra y acercarla a tu público objetivo.
Toca entonces desinflarse y analizar con frialdad las correcciones, sin el apego del padre que están educando al hijo. Lo peor que puede hacer un escritor, sea nuevo o curtido, es cerrarse en banda a las sugerencias del editor y defender a capa y espada cada coma y cada punto. De acuerdo; es tu estilo y nadie lo pone en tela de juicio si ya se aceptó revisar tu obra para la publicación. Pero es mejor no discutir por naderías: mientras no haya una gran ofensa para la historia que estás contando, la forma puede pasar a un segundo plano.
Si te pones en tus trece y esgrimes la negativa, hay dos caminos: que el editor te deje por intratable y rompa el contrato, o tú te enfades y te vayas para otra editorial. Y te garantizo que, si la casa suplente es seria, volverá a corregirte el manuscrito punto por punto. Porque como a cualquiera, los editores no gustan de tratar con autores caprichosos. Así que acepta correcciones y no seas cabezotas, porque lo importante es que tu historia llegue al lector.
Tampoco es que digas «sí» sin reflexionar: si hay algún punto medular que no puedes cambiar, defiéndelo. Pero, por lo demás, es mejor buscar un sinónimo o una mejor construcción de frase que debatir con el editor, que ha trabajado con cientos de autores y sabe que es lo mejor para tu obra. Ellos también pueden equivocarse y de seguro están abiertos a escucharte, si también les oyes.